Qué tiene de malo el libertarianismo (y III)
Después de la primera parte y la segunda, aquí tengo la tercera y última parte de mi traducción del magnífico ensayo de Mark Rosenfelder sobre el libertarianismo.
Ideologías del Malo Único
A pesar de la inteligencia de muchos de sus partidarios, el libertarianismo es un caso del tipo más simple (y por lo tanto más tonto) de política: la ideología del Malo Único. Todo es culpa del Estado (un libertariano, por ejemplo, leyendo mi lista de los males del laissez-faire de arriba, no habrá hecho caso de nada salvo de “diplomacia del gran garrote”. Es como la historieta de Gary Larson “qué entienden los perros”, con el nombre del perro substituido por “Estado”).
La ventaja de las ideologías del Malo Único es obvia: ante cualquier situación dada, nunca tienes que esforzarte en pensar para descubrir al culpable. Las desventajas, sin embargo, son peores: no puedes ver tu objetivo primordial claramente – el odio es un par de lentes oscuras – y no puedes ver los problemas causados por todo lo demás.
Es un hábito de la mente que hace al libertarianismo infalsable, y por tanto inaplicable al mundo. Todos los males son culpa de una institución; y como no tenemos ningún ejemplo del mundo real donde ese agente esté ausente, las premisas no pueden ser probadas.
No ser libertariano no significa adorar al Estado; significa aceptar la complejidad. El mundo real es un lugar monstruosamente complicado; no hay solamente una cosa que esté mal en él, ni con cambiar sólo una cosa se va a arreglar. Cosas como la prosperidad y la libertad no tienen una causa; son el resultado de un equilibrio.
Hay una teoría alternativa: el pecado original. La gente estropeará las cosas, sea por estupidez o por maldad activa. No hay ninguna clase mágica de gente (por ejemplo “el Estado”) que pueda ser eliminada para así producir la utopía. Cualquier institución puede fallar, o caer en la criminalidad activa. Pon a cualquiera en el poder – sean comunistas o ingenieros u hombres de negocios – y abusarán de él.
¿Significa esto que no hay esperanza? Por supuesto que no, sólo significa que debemos permitir que las instituciones se equilibren. Gobierno, partidos de la oposición, empresas, medios de comunicación, sindicatos, iglesias, universidades, organizaciones no gubernamentales, todos controlándose entre sí. El poder se distribuye tan extensamente como sea posible para evitar a cualquier institución monopolizarlo y abusar de él. No es siempre una solución bonita, y puede ser frustrantemente lenta e ineficaz, pero funciona mejor que cualquier alternativa que yo conozca.
El problema de los mercados
Los mercados son muy buenos para algunas cosas, como decidir qué producir, y distribuirlo. Pero los mercados sin restricciones no producen prosperidad general, y las empresas sin ley pueden abusar de su poder y lo harán. Los ejemplos pueden ser multiplicados ad nauseam: basta con leer algo de historia – o el periódico.
• Puesto que los recursos naturales son considerados como ganancias gratuitas mientras que la contaminación no se cuenta en los balances, las empresas sin control se apoderarán de los recursos y contaminarán hasta destruir el medio ambiente.
• La industria de los alimentos, dejada a su aire, pondrá porquerías en la comida y mentirá sobre su composición. Las pocas industrias que tienen excepciones respecto a las leyes alimentarias (por ejemplo, abastecedores de alcohol y suplementos) luchan duramente para seguir de esa manera. El sector alimenticio se resiste incluso a proporcionar información a los consumidores.
• Las empresas pondrán trabas para emplear a las minorías y rechazarán servirlas, o las servirán solamente de manera degradante.
• Las empresas crearán productos inseguros, pondrán en peligro a los trabajadores, se aprovecharán en tiempos de crisis, utilizarán violencia para evitar la sindicación – y gastarán millones en financiar a políticos que eliminarán el derecho de la gente a limitar estos abusos.
• Gracias al clima económico neoliberal, compañías están alegremente deslocalizando empleos, bajando los salarios y empeorando las condiciones de trabajo.
• El mismo clima libertariano anima a los narcisistas a pagarse hermosos sueldazos mientras dirigen de forma incompetente, y lleva a la contabilidad falseada, a los chanchullos bajo mano y a la corrupción.
• Las empresas crean monopolios y cárteles cuando pueden hacerlo; y lo primero que hacen los monopolios es subir los precios.
• Las empresas pueden crear burocracias tan impenetrables y despilfarradoras como la de cualquier administración pública (las peores con las que nunca he tenido que tratar son las de las aseguradoras médicas. Y no, no es la “regulación del estado” lo que las hace así; los aseguradores tienen interés en la hacer los procesos de demanda tan difíciles como sea posible).
• Los medios de comunicación controlados por el Estado son malos; pero los medios controlados por las corporaciones no son mucho mejores, especialmente teniendo en cuenta la consolidación de los medios importantes. La democracia necesita diversidad de voces, y en lugar de ello nos estamos moviendo hacia la dominación de las ondas por unos pocos conglomerados.
• Los pobres están mal servidos incluso en los servicios básicos: pagan más por el alimento; pagan un dineral por apartamentos asquerosos; no pueden conseguir préstamos aunque puedan conseguir cuentas bancarias; si pueden encontrar un trabajo está mal pagado, y sin seguro médico. Las áreas pobres también están altamente contaminadas (de modo que se producen problemas masivos de salud), mientras que carecen los servicios tales como cines.
Las respuestas libertarianas a esta lista van más allá de lo asombroso:
• "Las empresas tendrían que ser estúpidas para hacer esas cosas". Pues entonces deben ser estúpidas, porque las hacen. La discriminación racial privada, por ejemplo, duró cien años, y no terminó por un cambio de mentalidad de los empresarios, sino por la organización de los negros y los progresistas. El programa del Partido Libertariano de hecho pretende que la discriminación privada vuelva a ser legal.
• “El mercado corregirá esos problemas”. En algunos casos sí – si esperas lo suficiente. Pero muy a menudo es simplemente imposible: por ejemplo, los monopolistas se aseguran de que no haya alternativas (uno de los magnates del ferrocarril, por ejemplo, se aseguró de comprar también las líneas de vapores). Y aunque a veces se pudiera romper un monopolio empezando una competencia bien respaldada por los bancos, eso no era (en mi opinión) ningún consuelo para un productor de petróleo que veía a Rockefeller apoderarse de todas las refinerías. A duras penas podría haber montado su propia refinería, y se habría ido a la bancarrota antes de que alguien tuviera éxito actuando así.
La esclavitud es otro ejemplo: aunque algunos esperaban que eventualmente el mercado la hiciera poco rentable, con seguridad ello llevaría su tiempo, y ni el esclavo ni el abolicionista tenían otra forma de presionar a los esclavistas que el Estado.
(Habitualmente los libertarianos dicen oponerse a la esclavitud... pero eso es tremendamente fácil de decir después de la Guerra de Secesión y el movimiento pro derechos civiles. Los esclavistas pensaban que estaban defendiendo sus sagrados derechos de propiedad privada y autogobierno).
• “También creemos en las leyes”. Y en efecto lo hacen, de una manera bastante conmovedora; sólo que en lo que no creen es en su cumplimiento. En la ideología libertariana, el hecho de hacer cumplir las leyes aprobadas por legislaturas democráticas es llamado “hombres con armas” o “fuerza coercitiva”. Y si no se hacen cumplir, las leyes no son más que bonitas palabras. Esto se puede ver hoy día en Latinoamérica, que a menudo tiene leyes muy avanzadas. La elite capitalista y terrateniente sencillamente las ignora.
• “Entonces ¿qué pretendes, cines estatales?”. La ideología del Malo Único es tan fuerte que la única respuesta que algunos pueden dar a un fallo del mercado es inventarse una supuesta respuesta estatista y criticar esa respuesta inventada. A veces la mejor solución para estos problemas es usar los mercados – una vez que han recibido en el culo una buena patada progresista para que la encuentren.
Y estas son las mejores respuestas. Muy a menudo la única respuesta consiste en explicar que nada malo puede suceder en la utopía libertariana. Pero el dogma libertariano no puede ser sustentado con doctrina libertariana: eso es una “petitio principii”.
O sencillamente se niega que esas cosas sean problemas. Un correspondiente me sugería que los pobres no deberían “quejarse” por no conseguir créditos – “Yo no haría un préstamo si creo que no me será devuelto”. Esto no solamente es desalmado sino también ignorante. ¿Quién dice que los pobres sean un mal riesgo de crédito? A menudo reciben un impulso de organizaciones comunitarias, pero los bancos pueden servir bien en áreas de bajos ingresos – a la vez haciendo dinero y promoviendo la propiedad de la vivienda. Instituciones como el Banco Grameen han descubierto que los microcréditos funcionan muy bien y son rentables, en los países más pobres de la Tierra, tales como Bangladesh.
Una sociedad equilibrada
Una solución probada para la mayoría de estos males es el liberalismo progresista. Durante cincuenta años los progresistas gobernaron este país, generando una prosperidad sin precedentes, y convirtiéndolo en la primera nación consolidada de clase media.
Si buscas la prosperidad para la mayoría – ¿y por qué la mayoría habría de apoyar otro objetivo? – necesitas un equilibrio entre el Estado y el sector privado. Para ello necesitas varias cosas:
• El imperio de la ley. Esto significa regulaciones, policía efectiva y tribunales justos. Como dijo Stephen Holmes, “No hay imperio de la ley hasta que la mafia necesita abogados”. Neal Stephenson señala lo mismo en Zodiac: en una sociedad progresista puedes abochornar a las empresas para hacerlas obedecer la ley, porque no les gusta la mala publicidad. No tienes ese recurso con las mafias.
• Confianza de los consumidores. Eso significa que el fraude y el abuso son perseguidos, y que no necesitas pagar sobornos para que las cosas se hagan como deben (una gran razón por la que la mayoría de los países pobres permanecen pobres).
• Estado Y empresas responsables. Eso significa democracia, derechos sindicales y del accionista, y prensa libre. Personalmente, creo que llegaremos a darnos cuenta de que la monarquía tampoco sirve para los negocios.
• Competencia. Los monopolios suben las tarifas, ahogan la innovación, abusan de las empresas dependientes y dan unos servicios lamentables (los “barones del robo” del siglo XIX buscaban explícitamente los monopolios, y los querían para aumentar sus beneficios).
• Una pirámide empresarial de amplia base, no sólo unas pocas multinacionales en lo alto. Las pequeñas y medianas empresas son habitualmente el motor de la innovación y del desarrollo de las ciudades, y las mayores creadoras de empleo.
• Ninguna barrera a la promoción social ni a la innovación empresarial (por ejemplo, racismo, monopolios, “licencias” cuyo único propósito es proteger a los negocios existentes, préstamos o tribunales inasequibles, sistema educativo excluyente, sobornos, mafias).
El Estado cuesta dinero
Quizá el meme libertariano más mediático – y uno de los más nocivos – es la pretensión de pintar los impuestos como un robo.
Para empezar, eso no es honesto. La mayoría de los libertarianos aceptan el Estado para encargarse de la defensa y de hacer cumplir la ley (hay algunos extremistas que ni siquiera creen en la defensa nacional; supongo que desean tener su utopía libertariana durante un rato, para al poco entregársela a invasores externos).
Ahora bien, la defensa nacional y el cumplimiento de la ley cuestan dinero: cerca del 22% del presupuesto del 2002 – 33% si se excluye la seguridad social. No puedes tragarte eso y al mismo tiempo sostener que todo impuesto es malo. Al menos, el coste de esas funciones no es “tu dinero”, sino un justo pago por servicios que son necesarios.
Los americanos disfrutan de los frutos de la investigación científica, una fuerza de trabajo cualificada, autopistas y aeropuertos, alimentos limpios, etiquetado honesto, Seguridad Social, seguros de desempleo, bancos de confianza, parques nacionales... El libertarianismo ha promovido ese espejismo peculiarmente americana de que todo eso es gratis. Eso convierte el “morder la mano que te da de comer” en una filosofía.
En segundo lugar, lleva directamente a la irresponsabilidad financiera de George Bush. ¿Animaría algún libertariano a su familia, o a su empresa de software, o a su club de tiro, a gastar el doble de lo que ingresan? Cuando los libertarianos mantienen que, entre los pobres, esa irresponsabilidad es tan mala, ¿por qué es buena en el Gobierno?
No es excusa decir que los libertarianos no querían que el Gobierno aumentara los gastos, como ha hecho Bush. Como juzgues a los demás, así serás juzgado. Los libertarianos quieren juzgar al progresismo no por sus metas (por ejemplo, ayudas a los niños pobres), sino por sus efectos colaterales (por ejemplo, embarazos adolescentes). La cosa más fácil en el mundo para un político es bajar los impuestos y aumentar el gasto. Atacando al propio concepto de la imposición, los libertarianos ayudan a los políticos – y al público – a complacer sus peores impulsos.
Finalmente, oculta la dependencia del Gobierno: el motor económico de los Estados Unidos aún está en el Medio Oeste, el Nordeste y California – áreas demócratas ampliamente progresistas. Como Dean Lacy ha señalado, en la última década los “estados azules” [estados de mayoría demócrata – N. del T.] del 2004 pagaron 1,4 billones de dólares en impuestos federales más de lo que recibieron, mientras que los “estados rojos” [estados de mayoría republicana – N. del T.] recibieron 0,8 billones de dólares más de lo que pagaron.
La moralidad de los “estados rojos” no solo consiste en ser irresponsable con el dinero que ellos pagan como impuestos: es ser irresponsable con el dinero que pagan otros. Equivale a oponerse que haya becas a base de robarle el dinero a los otros niños.
Moralidad inaceptable
En último término, mi oposición al libertarianismo es moral. Discutir teniendo en medio un abismo moral es habitualmente ineficaz; pero al menos deberíamos ser claros con respecto a cuáles son nuestras diferencias morales.
Primero, la adoración del que ya es afortunado y el desdén por el impotente es esencialmente la moralidad de un sicario. El dinero y la propiedad no deberían estar privilegiados por encima de todo lo demás – amor, humanidad, justicia.
(Y no olvidemos esa espeluznante fascinación por el poder de las armas – como se ve en ESR, Ron Paul, Heinlein y Van Vogt, en el presidente de “Advocates for Self-Government” Sharon Harris, en el Cato Institute, en el website de Lew Rockwell y en el Mises Institute).
Me gustaría poder convencer a los libertarianos que los extremadamente opulentos no les necesitan como sus abogados gratuitos. El poder y la riqueza no necesitan “equipo de animadoras”; ellos no son – por definición – una clase oprimida que necesite nuestra ayuda. El poder y la riqueza pueden cuidarse solos. Son los pobres e indefensos quienes necesitan ayudas y defensores.
Los libertarianos me recuerdan la descripción que hizo G.K. Chesterton de aquella gente tan ansiosa por combatir a la ideología odiada, que serían capaces de destrozar sus propios muebles para hacerse palos con los que golpear. Una vez más, James Craig Green:
Las excusas típicas son “bien común”, “moralidad pública”, “valores familiares tradicionales”, “derechos humanos”, “protección del medio ambiente”, “seguridad nacional” e “igualdad”. Cada una de ellas apela a la histeria confusa de un sector de la población. Cada una de ellas permite negar la propiedad a su legítimo poseedor. Cada una de ellas niega el concepto de propiedad privada.
Aquí hay un punto de vista moral muy diferente: Jimmy Carter describiendo por qué construye casas con Habitat para la Humanidad:
Desde mi niñez rural, cuando a menudo pasaba las noches con vecinos negros que vivían en chabolas ruinosas y frías, hasta mis años en la Casa Blanca cuando vi los apuros de los sin hogar y de aquellos atrapados en infraviviendas por todo el mundo, he sabido que tener donde vivir es importante. Y sé, como cristiano, que tengo la responsabilidad de ayudar en lo que pueda, pues como trate “al último de estos”, estaré tratando a mi Creador.
¿Es esto “histeria confusa”? No, es simple decencia humana. Es triste ver a algunos retorcerse en subterfugios para denigrar la aspiración humana (y el mandamiento Bíblico) de ayudar al prójimo.
En segundo lugar, es la filosofía de un niñato, de alguien que ha leído demasiado Heinlein, que ha asimilado la sórdida idea de que una elite intelectual debería gobernar a las masas infrahumanas, y que se ha convencido a sí mismo de que haber leído un par de noveluchas lo convierte en parte de esa elite.
Lo tercero, y quizá lo más común, es que es la visión del mundo de un paleto narcisista. Como ya he observado en mi repaso al siglo XX, el liberalismo progresista ganó sus batallas tan incontestablemente que la gente ha olvidado por qué se lucharon esas batallas.
Es difícil leer a los libertarianos sin sacar la conclusión de que nunca han estado fuera del país – tal vez nunca han ido más allá de los suburbios. No conocen cómo es el dominio de las elites en Latinoamérica; no conocen ninguna manera de gestionar una economía industrial, aparte de la estadounidense; no saben cómo es un gobierno realmente opresor; nunca han vivido una depresión; nunca han vivido en un barrio bajo ni han sufrido discriminación racial. Al mismo tiempo, tienen un sentido del privilegio muy americano: un sentimiento interior de que se han ganado la prosperidad en la que nacieron, de que no le deben nada a la comunidad, de que tienen derecho a tener cualquier cosa que quieran y de que nadie debería estorbarles.
En fin, que están malcriados, y han desarrollado una filosofía según la cual deben ser malcriados.
No quiero descartar la posibilidad de la confusión sin mala fe. Alguna gente puede estar atraída por algunas partes del programa libertariano sin aceptar con ello su moralidad subyacente.
Conclusión
“La prueba de nuestro progreso no es que agreguemos más a la abundancia de los que tienen mucho; es que proporcionemos lo suficiente a aquellos que tienen demasiado poco” – Franklin D. Roosevelt
Tengo mis propios artículos de fe. Pienso que una filosofía política debería:
• beneficiar a toda la población, no a una elite, cualquiera que ésta sea;
• ofrecer una visión positiva, no sólo aversión por otra filosofía;
• apoyarse en lo mejor que la ciencia y la historia puedan enseñarnos, más que en la ciencia ficción;
• modificarse a la vista de lo que funciona y lo que no; y
• producir mayor libertad y prosperidad cuanto más se acerca a ella una nación.
En todos estos aspectos, el libertarianismo sencillamente no se sostiene. Una vez que la gente sea capaz de ser racional respecto a la política, espero que lo desechen como un fracaso práctico y una bazofia moral.