domingo, 2 de noviembre de 2008

Los Reyes nunca votaban. ¿Y ahora?

Es un hecho conocido que ningún miembro de la Familia Real participa nunca en ninguna de las elecciones que se celebran, ni generales, ni autonómicas, ni municipales, ni europeas. Sólo han acudido a votar en algún referéndum de especial trascendencia (la Ley para la Reforma Política del 77, el de la Constitución en el 78 y no sé si alguno más).

Ni la Constitución ni ninguna ley les impone esa norma. En teoría, tanto el Rey, Jefe del Estado, como su familia, pueden ir a votar y meter en la urna la papeleta de un partido. Pero Juan Carlos I ha establecido y mantenido siempre esa costumbre de no votar, por propia iniciativa. El motivo de esa abstención es manifestar que como Rey y representante de “la unidad y permanencia” de la nación española, tal como establece la Constitución, es un representante de TODOS los españoles y como representante de todos debe mantener una exquisita neutralidad y una imparcialidad absoluta. Por eso no puede tomar partido por nadie, en este caso ejerciendo su derecho al voto. Aunque la ley no les obligaba, los Reyes han mantenido siempre una discreción ejemplar dentro de la agitada vida política española, discreción necesaria para cumplir su papel.

Gracias a esta postura de neutralidad política, nunca en 30 años de democracia ningún partido ni bando político ha podido apropiarse de la Corona para reforzar su posición ni sus ideas, ni nadie ha podido salir a la palestra a defender sus propuestas diciendo “la Casa Real está conmigo”. Y no han faltado veces que se ha intentado: recuerdo que cuando millones de españoles nos manifestábamos contra la invasión de Iraq hubo voces que pedían que el Rey interviniera para frenar a Aznar. Recuerdo haber discutido del tema con algún amigo, diciéndole que eso no podía ser, porque el rey no puede intervenir en la actuación del gobierno ni tomar partido en las discusiones de la opinión pública, por más que nos joda. Posteriormente, tampoco han faltado voces que han reclamado la intervención del Rey en asuntos polémicos como los últimos estatutos de autonomía que “rompían España”, según decían unos (y los otros también quisieron liar al Rey en eso). Y de nuevo, con buen criterio, la Corona no dijo ni pío, porque esa es su obligación.

El precio de mantener el puesto sin responder ante las urnas es la discreción absoluta, y eso es algo que Juan Carlos I sabe muy bien. La Corona española no tiene opinión: pueden pensar lo que les dé la gana, pero jamás lo expresarán públicamente, pues automáticamente se pondrían al lado de unos españoles y en frente de otros españoles. Ni el Rey ni su familia votan, ni se pronuncian, ni leen otros discursos que los que escriba el gobierno elegido por los ciudadanos. Durante 30 años esa ha sido la norma.

Pues bien, esa tradición de imparcialidad de la Casa Real ha saltado por los aires: en el último libro de Pilar Urbano sobre la Reina del que tanto se está hablando ha tirado por tierra esa imagen de que los Reyes son “de todos”: a partir de ahora, ya se sabe con quién va la Reina, y ésos ya han empezado a aprovecharse. El asunto es mucho más grave de lo que parece, porque ya sabemos de qué equipo va la mujer del árbitro, y en esa situación los partidos se enrarecen bastante.

Me importa poco (más bien nada) el contenido de las declaraciones de la Reina: estoy en desacuerdo con la mayoría, aunque comparto algunas (ha dicho que está a favor de una muerte digna – aunque ha añadido matices – y ha expresado una mala opinión sobre la actuación de George W. Bush). Lo que me parece inaceptable es que se haya pronunciado de forma tan clara sobre tantos temas: ha tomado partido sobre leyes que aún están en discusión, ha hablado de dirigentes mundiales en ejercicio y ha adoptado argumentos de determinados partidos. No me valen los paños calientes sobre que la Reina no tiene el papel constitucional del Rey, que “pobrecita, hay que dejarla opinar”, ni nada de eso. La Reina, en un libro de este tipo, debería haberse limitado a hablar de su familia y sus recuerdos, de sus aficiones, de arte y de proyectos humanitarios, evitando los pronunciamientos políticos. La Reina puede pensar lo que quiera, pero en su posición no puede airearlo alegremente como un ciudadano corriente, porque los Reyes no son ciudadanos corrientes. Al contrario, esta Reina que fue definida por su marido como “una gran profesional” ha demostrado una indiscreción propia de principiantes.

Después de oír las declaraciones de los implicados, sospecho que Pilar Urbano, periodista del Opus y de la escuela de PPedrOjete que ya ha estado metida en otras polémicas y que ahora se está haciendo una buena tournée de medios, haya aprovechado confidencias privadas para hacer públicas las opiniones de la Reina, que casualmente son las suyas (tal vez si fueran las contrarias no las hubiera publicado, quién sabe). Dice que no hizo grabaciones, así que será su palabra contra la de los demás. Pero como algún colega ha insinuado, esto apesta a sucia maniobra de la derecha más cavernaria para apropiarse de la Corona en su beneficio.

Algo que nunca había conseguido nadie, pero que Pilar Urbano ha conseguido por culpa de la indiscreción de la Reina, una indiscreción que ha hecho más daño a la Corona que el “cese temporal de la convivencia matrimonial” de la infanta Elena, las operaciones de nariz de la Leti y las cacerías de osos del Juancar juntas. La cagada de la Reina no tiene disculpas: a partir de ahora un gran número de españoles (no sólo los “gAys”, como dice Pilar Urbano) saben que al menos la mujer del Rey actual y madre del futuro les ve con antipatía. Posiblemente, el 30 de Octubre de 2008 haya significado el principio del fin de la monarquía. Este es un libro que no deberían haber dejado que se publicara; digo más, la Reina nunca debería haberse prestado a participar en él.

He visto en televisión que se rumorea que el Rey está con un cabreo monumental por este asunto: cabreo con los chupatintas a su servicio a los que le han colado esto, cabreo con la lianta de Pilar Urbano y sobre todo cabreo con su señora esposa. No es para menos, porque se ha cargado el trabajo de 30 años de “plebiscito diario”, como él lo definió una vez.

Por último, un aplauso y un tirón de orejas: aplauso para Esteban González Pons, portavoz del Partido Popular que ha dicho que con sus declaraciones la Reina ha ofendido a muchos españoles. Suscribo punto por punto lo que ha dicho González Pons, diciendo las cosas con claridad y sensatez (y eso que es del PP – aunque ya han pedido su cabeza desde los sectores más retrógrados de su partido). Y el tirón de orejas para el PSOE y el gobierno, que parece que han querido ser más papistas que el Papa, echando balones fuera e incluso atreviéndose a pedir la cabeza de González Pons por sus declaraciones. Lo primero se puede explicar porque desde la posición de gobierno deben tratar ciertas cosas con mucha delicadeza, pero lo segundo es inaceptable, porque lo que ha dicho González Pons es la pura verdad. Óle, óle y óle por González Pons.

En fin, a ver a dónde va a parar esto. Esperemos que la Reina sea discretamente apartada de la primera fila y se desautorice claramente a Pilar Urbano, por aprovechada y manipuladora. Si no, habrá que pedirle a la señora Sofía que abandone la Zarzuela, porque si va a defender posiciones políticas debería pasar por las urnas como los demás. Me quedo con el genial e irónico comentario de Poliket en lo de Escolar: yo, cuando esta mujer se presente a la reelección paso de votarla; creo que no me representa. ¿Para cuándo se vota?”

 
Dejen a nuestros ancianos tranquilos
19A-lomojó