Cuando se cumple el 15º aniversario de aquella gloriosa jornada del 23 de Febrero de 1981, es el momento de echar la vista atrás y ver con la perspectiva de los años el inmenso valor de aquellos sucesos. Lo que hoy es España se lo debemos a la actuación decidida de un pequeño grupo de hombres que, sin temer el grave peligro que corrían sus vidas, pusieron la lealtad y el patriotismo por encima de todo.
Por ello es necesario situarse en el contexto de aquellos años y conocer la encrucijada en la que se hallaba España, para mejor comprender la trascendencia de aquél día.
Transición al caos: 1975-1981
En Febrero de 1981 la situación de España era insostenible. La “Transición Democrática”, el experimento iniciado por Juan Carlos de Borbón (el “Rey Perjuro”), con la colaboración de elementos reformistas del Régimen y los opositores, había llevado a España al borde del colapso: el terrorismo, los desórdenes públicos, el separatismo, las ofensas a la Iglesia y al Ejército habían devuelto a la nación a los aciagos tiempos de 1936.
Tras la muerte del Caudillo Franco, su heredero designado Juan Carlos I había trabajado sin descanso por desmontar la España del Generalísimo. Comenzando con un tímido “aperturismo” y bajo el disfraz de adaptar el Franquismo a los nuevos tiempos, poco a poco el Rey se aproximó a los sectores subversivos cuyo objetivo era arrebatar la Victoria a la España de Franco y abrirla al comunismo. Juan Carlos pronto se deshizo del Presidente de Gobierno Don Carlos Arias Navarro, patriota sin tacha que constituía el principal obstáculo para sus planes. Lo reemplazó con un político joven, ambicioso y sin escrúpulos, Adolfo Suárez, que en estrecha colaboración con comunistas y separatistas planeó la implantación en España de una democracia partitocrática y un sistema de “autonomías” que disminuyera el poder del gobierno para darlo a gobiernos “autonómicos” controlados por los grupos separatistas.
Suárez, de acuerdo con el Rey, legalizó el Partido Comunista, permitió toda clase de partidos (incluidos los pro-terroristas y los separatistas), abrió España al regreso de los expatriados subversivos (permitiendo el regreso impune de dirigentes comunistas como Carrillo y la Pasionaria, o separatistas como Tarradellas), estableció gobiernos “autonómicos” en Cataluña y las Vascongadas y disolvió el Movimiento Nacional.
Apenas un año y medio tras la muerte de Franco, Juan Carlos y Suárez culminaron sus planes con una “Ley de la Reforma Política”, que desmantelaba la arquitectura institucional del Franquismo. Se convocaron unas elecciones donde se permitió participar a terroristas, comunistas e independentistas varios. A través de la manipulación electoral organizada desde la Presidencia del Gobierno, Suárez ganó todos los referendums necesarios y formó un Congreso de los Diputados, en sustitución de las Cortes, donde marginó a las fuerzas nacionales, para dar paso a toda clase de movimientos antiespañoles. Este Congreso elaboró la Constitución de 1978, marxista y disgregadora, obra cumbre del “Juancarlismo”.
Mientras tanto, España se hundía en una terrible crisis económica, que llevó al paro a millones de españoles. La delincuencia y los conflictos sociales, especialmente las huelgas y las manifestaciones violentas en la calle, convenientemente fomentados por los sindicatos rojos (también legalizados por Suárez) deterioraron el orden público hasta extremos no vistos desde 1936. A esto se unía el terrorismo de la extrema izquierda (GRAPO, ETA, CAAC…) que mataba casi a diario a agentes del orden y militares.
El gobierno, en lugar de defender a los que defendían España, daba concesiones a esos grupos terroristas, con el pretexto de la “democracia” y la “libertad”. El separatismo no sólo era tolerado, sino que incluso el gobierno Suárez lo fomentaba activamente, siguiendo la Constitución del 78: no contentos con autorizar la instauración de gobiernos separados en Cataluña y las Vascongadas, incluso la apacible región de Galicia se vio literalmente empujada a un “régimen autonómico”, a través de un referéndum en el que ganó el “sí” a la autonomía en medio de la indiferencia general (de hecho, sólo un 20% de los gallegos apoyaron aquel experimento).
Los planes de “democratización” no respetaron nada, ni siquiera la moral ni las buenas costumbres. La inmoralidad se apoderó de las calles: se suprimió la censura inundando España de pornografía; la familia fue humillada y abandonada mientras invertidos y depravados campaban a sus anchas, entre continuas ofensas a la Religión y la Iglesia. Incluso el gobierno puso en marcha planes para implantar en España el divorcio, y hasta el aborto estaba entre los proyectos que algunas organizaciones, toleradas por el gobierno, propugnaban sin recato.
Las humillaciones permanentes al Ejército, la Bandera, la Religión y la Patria durante aquellos duros años trajeron recuerdos de otra época negra de España, aquella que entre 1931 y 1936 había llevado a nuestro país al borde de la ruptura y el colapso. En apenas 5 años, la España de Patria, Justicia, Trabajo y Familia construida con tanto esfuerzo por Franco y los mártires de la Cruzada había sido prácticamente destruida por un grupo de políticos antipatriotas y corruptos, guiados por el resentimiento y la ambición.
Y una vez más, fue necesario que las Fuerzas Armadas, como guardianas de las esencias amenazadas de la Patria, intervinieran para restaurar el orden y la dignidad de España. Cuarenta y cinco años después, de nuevo un grupo de militares patriotas, aliado con las fuerzas nacionales que resistían el empuje de la anti-España, recordó a las nuevas generaciones el significado del 18 de Julio y lo renovó con el glorioso Segundo Alzamiento del 23 de Febrero de 1981.
23 de Febrero de 1981: España resurge
Finalmente llegó la jornada decisiva. En una operación brillante, el entonces teniente coronel Antonio Tejero logró capturar a todo el gobierno y todos los diputados en el Congreso, cuando se votaba la investidura del sucesor de Suárez. En una actuación rápida y decidida, el Capitán General Jaime Milans del Bosch se hizo con el control de la situación publicando un bando de guerra desde su región militar de Valencia; tras unos instantes de confusión fue imitado por los Capitanes Generales de las restantes regiones. Madrid quedó asegurado con el despliegue de la División Acorazada Brunete, con lo que se consumó, de una manera magistral, el golpe de mano necesario para devolver a España al buen camino.
Pero las cosas tardaron aún unos días en aclararse. El entonces Rey Juan Carlos mantuvo una actitud muy dudosa, a pesar de que su nombre, como monarca designado por el propio Franco, había sido invocado en el pronunciamiento. Más tarde se supo que había intentado frenar la acción de las Fuerzas Armadas, tramando una verdadera batalla entre la Policía y la Guardia Civil para recuperar el Congreso (que hubiera ensangrentado Madrid con consecuencias imprevisibles), o incluso pidiendo la intervención de potencias extranjeras. Un hombre de su confianza, el General Alfonso Armada, asumió las riendas, pretendiendo formar un gobierno de concentración presidido por él y formado con políticos de todos los partidos, incluso del comunista.
Sin embargo, este cambalache no era aceptable para los Hombres del 23 de Febrero: las intenciones de Armada y el Rey eran volver al sistema de la Constitución del 78 cuanto antes, algo que los patriotas no podían aceptar. Así que tras unos días el “Gobierno de Concentración” de Armada fue destituido y reemplazado por una Junta Militar presidida por el Capitán General Milans del Bosch. El Rey Juan Carlos intentó un último movimiento, tratando de captar el apoyo de algunos generales para un contragolpe contra la Junta, pero sus intentos fueron abortados y la Junta le puso bajo arresto domiciliario, antes de destituirlo y enviarlo al exilio unos meses después. El reinado del “Rey Perjuro” concluía tras casi cinco años y medio de caos.
La Junta Militar constituida en Marzo del 81 inició la ardua tarea de restablecer el orden en aquella España que se deshacía a jirones: la Constitución de 1978 fue suspendida (al igual que, huelga decirlo, los “estatutos de autonomía” separatistas de Cataluña y las Vascongadas) y se declaró estado de guerra en todo el territorio nacional para restablecer el orden público. Se recurrió al ejército para devolver la paz a las Vascongadas, Barcelona, algunas ciudades de Andalucía y otros centros de la subversión marxista y separatista. No se hizo sin sacrificios: la rebelión de los elementos subversivos llenó muchas calles de barricadas y los tanques tuvieron que ser desplegados: en Barcelona los rebeldes sólo se rindieron tras el bombardeo con artillería del Palacio de la Generalidad, donde se habían refugiado. En los alrededores de Bilbao se vivieron verdaderas batallas campales y muchos edificios sufrieron serios daños. En varias zonas del país los terroristas se echaron al monte reviviendo durante semanas los infames “maquis” de la posguerra.
Fue necesaria la reclusión de numerosos elementos subversivos por todo el país, hasta el punto de que hubo que habilitar varios estadios como centros de detención. Sin embargo, son falsas las calumnias que continuamente repiten los expatriados del “Contubernio de Londres” y otros difamadores a su servicio, hablando de torturas y desapariciones de miles de presos. El “proceso de estabilización nacional” fue una operación de cirugía mayor practicada por cirujanos de hierro en el cuerpo de la Nación, pero a pesar de la propaganda antiespañola, sólo los enemigos de España fueron extirpados.
La mano dura aplicada por la Junta Militar devolvió el orden y la seguridad a los españoles. Sin reparar en medios policiales y militares, la Junta derrotó a los grupos terroristas y subversivos. El GRAPO desapareció sin dejar rastro, de manera casi milagrosa; ETA llevó su lucha a niveles de guerrilla urbana y de monte, reforzada por miles de separatistas reclutados tras el 23 de Febrero; situaciones semejantes se vieron en Cataluña, Andalucía, Canarias y Galicia. Tras una auténtica campaña de limpieza que recordaba a las heroica Cruzada del 36, el ejército acabó con los terroristas y restableció el orden. Aunque desde entonces la subversión terrorista instigada por agentes extranjeros ha rebrotado continuamente, la política de contundencia del gobierno nacional, recurriendo ampliamente al ejército y los estados de excepción, ha mantenido bajo control a los terroristas en todas las ocasiones.
La economía fue también reparada por la Junta presidida por Milans. Con el asesoramiento de especialistas económicos norteamericanos, siguiendo el ejemplo de Pinochet en Chile, se implantaron reformas decisivas en la liberalización de la economía. A pesar de los altos niveles de paro heredados de la “Transición”, el nuevo “estado de obras” y el orden social restaurados tras el 23 de Febrero (junto con las ayudas norteamericanas) permitieron el crecimiento de la empresas y de la economía española. La Junta Militar desterró los usos de la “Transición”: los numerosos “políticos” que vivían de hablar con palabras huecas sobre “democracia” y “libertad”, sin dar soluciones y enriqueciéndose con el trabajo de los españoles mientras éstos se empobrecían, pronto se convirtieron en cosa del pasado.
Reconstruyendo la nueva España
Tras el “proceso de estabilización nacional” ejecutado por la Junta Militar y una vez limpiada España de elementos subversivos, comenzó la tarea de construir el nuevo régimen, continuador del de Franco, pero adaptado a los nuevos tiempos. Rechazando las tentaciones del sistema partitocrático del 78 y recogiendo lo mejor del Franquismo y la mejor tradición española, se acometieron las reformas necesarias, sin apartarse del Espíritu del 18 de Julio y los Principios Fundamentales, traicionados por el Rey Perjuro y su camarilla.
Tras derogar la Constitución del 78 y la Ley para la Reforma Política del 77, se restauraron las viejas Leyes Fundamentales, tras ser reformadas y refundidas en el Fuero Nacional de 1984. La reforma más profunda afectó a las Cortes: el antiguo tercio de cabezas de familia fue transformado en la Cámara de los Procuradores, un parlamento de 400 miembros elegidos por mayoría en otros tantos distritos uninominales. Se creó así un verdadero parlamento democrático, dependiente únicamente de los españoles, a diferencia del engendro de Suárez, que no era sino un instrumento de los partidos y que con su sistema proporcional hacía ingobernable el país. Los demás procuradores, junto con el antiguo Consejo Nacional del Movimiento, constituyeron la cámara alta, el Consejo Nacional, representación orgánica de la nación española.
Este sistema ha conseguido crear, sobre las bases creadas por Franco, una democracia auténtica y estable, inspirada en el sistema del “turno pacifico de partidos” de la Restauración (establecido por Cánovas del Castillo hace un siglo). La ley prohíbe la existencia de partidos que promuevan la ruptura de la unidad nacional o la subversión del orden social, lo que garantiza una democracia honesta y segura, la “democracia dentro de un orden” en una España unida y unitaria, en contraste con el caos de la “transición” juancarlista.
El sistema electoral ha favorecido el nacimiento de dos partidos nacionales, la Alianza Nacional Española (ANE), a la derecha, y la Unión Social Española (USE), a la izquierda. Desde 1984, los gobiernos firmes de la ANE encabezados por el Presidente del Gobierno Blas Piñar, y la leal oposición de la USE, han garantizado la estabilidad de España, sobre una serie de consensos básicos: España, orden, familia, trabajo, unidad…
Aunque desde el extranjero se calumnia al régimen hablando de manipulación electoral y destacando los altos niveles de abstención, esto último no es sino una prueba de la extraordinaria placidez de nuestro sistema, en el que los ciudadanos pueden despreocuparse de la política sabiendo que su seguridad y prosperidad están garantizadas. Felizmente, las veleidades marxistas y separatistas han quedado felizmente desterradas de la política española, mientras España progresa. Aunque esas opciones ilegales florecen en partidos clandestinos, la eficacia de las fuerzas del orden mantiene a raya a la subversión.
De acuerdo con el legado de Franco, España mantuvo su forma de Reino, pero los juristas y los Hombres del 23 de Febrero se enfrentaron a la mayor dificultad a la hora de dar un Rey digno a España, después de la malhadada experiencia del perjuro Juan Carlos. Descartados los Borbones, se abrió paso con fuerza la opción de entronizar a la dinastía de Franco, que en vida, con su natural modestia, había declinado la Corona. Las normas de sucesión, tanto aplicadas a Alfonso XIII como al Caudillo, señalaban a la pareja formada por la nieta de Franco, Carmen Martínez-Bordiu, y el Duque de Cádiz Alfonso de Borbón: en su hijo mayor Francisco reunía la legitimidad de la dinastía histórica y la legitimidad de la Cruzada. Con un gran apoyo y entusiasmo popular, la Junta Militar coronó en 1984, como nuevo Rey de España, a Francisco II de Franco y Borbón, ante una emocionada Doña Carmen Polo. Como homenaje al Caudillo y símbolo de continuidad, sus apellidos fueron modificados y tomó el numeral de Francisco “segundo”, reservando el Primero al Generalísimo.
Francisco II contaba en 1984 con 12 años, lo que hizo necesaria una Regencia que asumiera la Jefatura del Estado hasta que, de acuerdo con el Fuero Nacional (que recoge lo establecido por la Ley de Sucesión de Franco), el Rey cumpla los 30 años, acontecimiento previsto para el año 2002. Desde 1984, el Regente Jaime Milans del Bosch ha conducido España con firmeza y pericia incontestables, emulando al Caudillo y preservando su legado.
España ante el escenario internacional
Desde el primer momento la España del 23 de febrero se encontró con dificultades en el orden internacional. Aunque los Estados Unidos y el Vaticano reconocieron y respaldaron desde el primer momento a la Junta Militar, el Segundo Alzamiento fue condenado por el Reino Unido y los demás estados de la Comunidad Europea, que dieron la espalda a España como represalia. Por el contrario, España gozó del respaldo casi unánime de las naciones hermanas de Hispanoamérica, destacando el apoyo de Chile y Argentina, cuya situación era tan semejante a la nuestra y donde las Fuerzas Armadas también se esforzaban en erradicar la amenaza marxista.
El gobierno británico acogió al ex rey Juan Carlos, el ex presidente Suárez y gran número de sus partidarios, y desde entonces ha encabezado la oposición a España, promoviendo inicialmente el boicot al Mundial de Fútbol del 82 y llegando a vetar el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea en las ampliaciones de 1986 (Portugal) y en la más reciente de 1995. La hostilidad británica no sólo se debe a las intrigas de Juan Carlos: Gran Bretaña no soporta la firme e inflexible reclamación sobre Gibraltar que España ha mantenido todos estos años (reclamación que estaba siendo olvidada durante la “Transición”), y el apoyo a nuestra nación hermana, Argentina, en su justa reclamación de las Malvinas en 1982 (España estuvo a punto de intervenir en auxilio de Argentina, pero la mediación papal frenó la guerra que los ingleses promovían).
La autodenominada “Plataforma Democrática”, una logia de traidores presidida por el ex rey y formada por los dirigentes de los antiguos partidos de la “Transición” (Suárez, González, Guerra, Pujol, Garaicoechea…), ha maquinado sin descanso desde hace 15 años para vengarse de España, desprestigiando nuestro Régimen y calumniándolo con absurdas acusaciones. El “Contubernio de Londres”, financiado de forma oscura y dirigido por intereses aún más oscuros, se ha empeñado en aislar España con peregrinas denuncias sobre “falta de democracia”, “falta de libertad”, “violaciones de los derechos humanos” y disparatadas y fantasiosas historias sobre torturas y desapariciones. Sus maquinaciones han logrado cierto eco en la CEE, pero cada vez son más ignorados por las naciones de peso y pronto terminarán en el rincón de la historia.
Prueba de nuestro creciente prestigio en el mundo, a pesar de las maquinaciones de los expatriados, son las numerosas visitas de Su Santidad del Papa Juan Pablo II, la firme alianza con los EEUU, la gran Exposición Iberoamericana de 1992 (por el Quinto Centenario del Descubrimiento de América) o, ese mismo año, la gran victoria de nuestra selección nacional de fútbol, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París 1992.
Pero sobre todo, España ha establecido un sólido vínculo trasatlántico: tras el espaldarazo de la Administración Reagan al 23 de Febrero, España se ha convertido en un privilegiado aliado de los Estados Unidos en su defensa de Occidente ante la amenaza bolchevique. La alianza con EEUU ha sido el eje de la política exterior española, a pesar del rechazo europeo. El gran triunfo de España ha llegado con la caída del régimen soviético y el bloque comunista, victoria final de la firme defensa española contra el marxismo, iniciada por el Caudillo Franco el 18 de Julio de 1936. Por desgracia, Franco no pudo vivir para contemplarlo, pero las imágenes del derribo del Muro de Berlín fueron su mejor homenaje póstumo.
Mirando al Siglo XXI
A pesar de las dificultades económicas, a pesar del aislamiento al que nos someten desde Europa, a pesar de la subversión terrorista de los separatismos vasco, catalán, gallego, canario y andaluz, a pesar de los intentos desestabilizadores de grupos marxistas interiores, España ha conseguido unión y prosperidad y encara el siglo XXI segura de sí misma y orgullosa de su presente y su pasado. Superada la crisis de los 80 y recuperado el prestigio del país, las expectativas no pueden ser más halagüeñas.
En este año de 1996 se vislumbran importantes cambios: el Presidente Piñar ha anunciado su intención de retirarse antes del verano, mientras que se plantea también la posibilidad de la sucesión del Regente Milans del Bosch, ya con 84 años. Como nuevo Regente se apunta al Héroe del 23 de Febrero, el General Antonio Tejero, mientras que una nueva generación de políticos tomará con toda seguridad el relevo del Presidente. Otro asunto de vital trascendencia en estos días es el futuro matrimonio de nuestro joven Rey de 24 años, Francisco II, que garantizará la continuidad de la Casa de Franco y el futuro de nuestro régimen.
El nuevo escenario internacional que se ha abierto plantea numerosos interrogantes: la caída del bloque soviético y el cambio de administración en los EEUU (del republicano Bush al demócrata Clinton) obligan a replantear el papel de España. El tema más candente de nuestras relaciones exteriores, la cuestión de Gibraltar, continúa estancado ante la intransigencia del Reino Unido. Sin embargo, la sólida y leal alianza de nuestro país con los EEUU abre la posibilidad a una reintegración del peñón a España dentro de pocos años. La inminente devolución de Hong-Kong a China prevista para 1997 es un ejemplo a imitar.
Estamos en una época de importantes conmemoraciones: el pasado 20 de Noviembre recordamos el 20 aniversario del invicto Caudillo Francisco Franco, estos días conmemoramos los 15 años desde la gran jornada del 23 de Febrero de 1981 y el próximo 18 de Julio se cumplirán 60 años del Alzamiento y la Cruzada del 36. Echando la vista atrás, vemos lo que pudo haber sido España, un país roto, arruinado, hundido en el caos y la violencia… y hoy sabemos que España no sucumbió, que España renació el 23 de Febrero de 1981 y que esa España Triunfal sigue viva. Por muchos años.
(artículo publicado en el suplemento “El Alcázar Semanal”, el sábado 24 de Febrero de 1996, en un universo paralelo)